Se patina, allí, sin mayor atención que la de no crear disrupción cuando de pronto te cruzas con un gran grupo que está coordinado cual bandada de gansos en formación. Los grupos con que nos fuimos encontrando, también hicieron lo propio, disfrutando, siempre el encuentro. Recuerdo, además, que, con motivadores saludos.
En ocasiones, íbamos como en estado de trance, a una buena velocidad. Otras veces, charlando, patinando más despacio, a la par. Por momentos a todo lo que da la máquina , experimentando. También al ritmo normal.
Los trazados discurren por zonas rurales . Hay puntos dónde las pistas se bifurcan con salidas a villas o ciudades con algún rincón de interés para visitantes .
Este es todo nuestro equipaje, nuestro material. En esta aventura, prescindimos, incluso de los sacos de dormir y esterillas.
Eso es todo lo que portábamos Nacho y yo. Una mochila cada uno con lo estrictamente necesario además de nuestros particulares equipos de transporte: patines nórdicos y bastones.
Horas de patinaje. Hasta que la tarde se va desdibujando en el horizonte.
Es entonces cuando buscamos un lugar aparente dónde cenar y pasar una noche tranquila. Contamos siempre, claro, con las visitas de los animales nocturnos.
Comer algo y descansar. Hablar y, dormir.
Esta tienda se monta en un momento. En las zonas verdes siempre pasa bastante desapercibida. Esa noche no había iluminación por la zona. Es lugar de caminos de paso para agricultores y paseantes que aman la naturaleza.
De madrugada se apreció bastante la bajada de temperatura.
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